Los abusos sexuales infantiles se cometen en todas las clases sociales, ambientes, culturas o razas. En España, se estima que afectan al 23 por ciento de chicas y el 15 por ciento de chicos. Las agresiones por parte de familiares (padres, hermanos, tíos...) o personas relacionadas con las víctimas (amigos de los padres, profesores, entrenadores...) son las más frecuentes y duraderas, aunque no suelen darse conductas violentas. Cuando los agresores son desconocidos el abuso se da en ocasiones aisladas, pero puede estar ligado a violencia y amenazas.
Palpar o acariciar al niño encima o debajo de la ropa es el abuso más extendido. Le sigue en frecuencia el tocamiento explícito de los órganos genitales y, en último lugar, el sexo oral o anal. La penetración, cuando tiene lugar en niños muy pequeños, resulta traumática por la desproporción anatómica de los genitales del adulto y del menor, y produce heridas en los genitales o el ano de la víctima.
Los niños que son víctimas de abusos sexuales presentan una serie de indicadores de conducta alterados:
- pérdida de apetito.
- llantos frecuentes (sobre todo en relación a situaciones afectivas o eróticas).
- miedo a estar solo.
- rechazo al padre o la madre de forma repentina.
- resistencia a desnudarse o bañarse.
- problemas escolares, etc.
Con frecuencia no existen huellas identificables del abuso, con lo que los abusos sexuales pueden quedar más fácilmente impunes. Otras veces los síntomas físicos pueden ser:
- golpes o heridas en la zona genital o anal.
- vulva hinchada o roja.
- ropa interior manchada o ensangrentada.
- dificultad para andar o sentarse.
- enfermedades de transmisión sexual.
- pérdida del control de esfínteres, etc.
La mayoría de niños que han sufrido un abuso sexual se muestran afectados por la experiencia y su malestar continúa en la edad adulta si no reciben un tratamiento adecuado. En general, las niñas presentan reacciones ansioso-depresivas; los niños, fracaso escolar y dificultades para relacionarse. Los niños muy pequeños pueden mostrar estrategias de negación. Los niños en edad escolar experimentan con más frecuencia culpa y vergüenza. El abuso sexual es especialmente grave en la adolescencia porque el agresor puede intentar el coito, existe riesgo de embarazo y la adolescente adquiere plena conciencia de la situación.
El tratamiento del abuso sexual tiene como objetivos básicos proporcionar seguridad a la víctima y animarle a que describa su experiencia y los sentimientos que le ha producido, para así romper el secreto y el aislamiento que le acompañan. Los familiares deben mostrarle de forma verbal y no verbal que le creen y que puede contar con ellos. No es adecuado pedir al niño que supere u olvide lo que pasó, pero tampoco se le debe presionar para que hable. Lo fundamental es normalizar la vida del niño y restablecer, en la medida de lo posible, sus hábitos cotidianos.
No todos los niños que han sufrido abuso sexual requieren ser tratados. Dependerá de factores como la frecuencia y duración del abuso, la edad y el sexo del niño, si hubo o no penetración y, sobre todo, del funcionamiento de la familia. Un ambiente familiar conflictivo puede aumentar la vulnerabilidad del niño a la continuidad del abuso y a las secuelas psicológicas que de él derivan.
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